El cuento de nunca acabar
La Navidad es tiempo de contar historias, a veces inventadas, a veces reales, pero siempre con moraleja. Así que, permítanme la licencia de contarles una.
Érase una vez… un hombre llamado Jesús, al que contrataron como gerente para una empresa de gestión de inmuebles. Al acceder a su empleo encontró que el anterior gerente había alquilado uno de los edificios a una empresa de un amigo suyo. A los pocos años aquel negocio empezó a ir mal y no podía pagar el alquiler. El inquilino, en lugar de rescindir el contrato, acordó con el anterior gerente una rebaja del alquiler y un nuevo contrato por treinta años más. Todo ello lo hizo sin advertir a los propietarios de la empresa.
Pero la cosa no fue a mejor. El inquilino no corrigió su rumbo y la empresa fue de mal en peor. Una vez más, lejos de cerrar el negocio y devolver las llaves -cosa que haría cualquier empresario decente que se precie de serlo- el inquilino volvió a impagar el alquiler e incluso la electricidad que corría por cuenta de los propietarios. Su amigo, el anterior gerente, le fue dando manga ancha al empresario, ocultando a los propietarios la deuda y el nuevo contrato. Así que la mentira y el embrollo del inquilino fue aumentando, al igual que sus deudas que llegaron a superarel millón de euros. Entonces el mal arrendatario entró en suspensión de pagos y se abocó al concurso de acreedores. Bancos, proveedores, empleados y el Estado querían cobrar.
Fue entonces, cuando los propietarios del edificio tuvieron conocimiento de la deuda y sus tejemanejes, decidieron despedir al gerente y nombraron a Jesús. Para entonces, sus intentos por desalojar al inquilino fueron en vano, y el asunto fue llevado a los tribunales. Y, por aquello de que tengas pleitos y los ganes, la justicia con su farragoso procedimiento y lentitud no actuó con eficacia y el inquilino siguió impagando e incrementando su deuda. Hacienda y la Tesorería de la Seguridad Social embargaron su facturación y hasta algunos trabajadores reclamaron deudas, por las que incluso tuvo Jesús que acudir al juzgado en lugar del mangante.
Por si fuera poco, en lugar de gastar su dinero en pagar a sus empleados, los impuestos o a los propietarios, el inquilino mantenía una vida social más que generosa. Además, exigía a los propietarios que le hicieran reparaciones en el edificio y encima celebrara fiestas que provocaban molestias a todo el vecindario.
Lejos de avergonzarse por tan desastrosa gestión, por ser incapaz de llevar adelante un negocio saneado, de contribuir a la sociedad pagando a los empleados, al propietario del edificio y al Estado. El inquilino alardeaba ante todos de seguir en el local sin pagar de cómo, aprovechándose de las leyes que protegen a los indefensos, seguía disfrutando de una vida acomodada a costa de no pagar a los demás.
La moraleja de este cuento que nunca acabó, es que admiramos a los caraduras sin pensar en el daño que nos hacen, aquellos que no cumplen con sus obligaciones. Sin pensar en que un buen inquilino con sus impuestos beneficiaría a todos los ciudadanos, generaría empleo y pagaría a sus proveedores que, a su vez, también crean empleo.